Creer que lo normal es ser heterosexual y que los homosexuales son «anormales» es una creencia prejuiciosa, desmentida por la ciencia y por el sentido común, y que sólo orienta la legislación discriminatoria en países atrasados e incultos, donde el fanatismo religioso y el machismo son fuente de atropellos y de la desgracia y sufrimiento de innumerables ciudadanos cuyo único delito es pertenecer a una minoría. ("Salir de la barbarie", MVLL)
Me gustaría recordar en qué
momento empezó mi gusto por lo masculino, pero ningún recuerdo es exacto. A los
ocho años ya me excitaba al observar a los chicos que se bañaban en la acequia
después de una jornada de trabajo, a esa edad ya sabía que prefería los cursos
de letras a los cursos que involucraban cálculos, sabía que la política y
literatura son más interesantes que la ingeniería y el trabajo programado,
sabía también que los chicos trigueños y delgados me atraían mucho más que los
blancos y gordos. A los ocho años tenía gustos definidos pero no tenía el
carácter para asumirlos.
Trato de buscar algún antecedente
que explique mi sexualidad, pero los razonamientos tampoco son determinantes;
por ejemplo, en mi familia nadie es homosexual, no he tenido amigos homosexuales
hasta los once años, tampoco he sido violado o algo por el estilo, el ejercicio
de mi sexualidad ha sido siempre con consentimiento y premeditado aunque
algunos me creyesen un púber inocente y sin voluntad. Lo único que es
rescatable son dos detalles que repaso una y otra vez, tratando de buscar
alguna respuesta: Mi padre desde los seis años me contaba acerca de sus hazañas
con mujeres (gordas, deformes y viejas) y
la conclusión siempre era que debía ser un mujeriego, que debía penetrar a
cualquier mujer que se cruce en mi camino (además de cogerle y morderle las
tetas), en resumen, que debía seguir su ejemplo. Los recuerdos de un señor
viejo penetrando y metiendo la lengua en las vaginas de mujeres gordas y viejas
no eran nada apetecibles, sólo me provocaban repugnancia, por aquella época los
chocolates y los chizitos eran más provocadores. El otro detalle que rescato es
el hecho de que ni mi madre ni nadie cercano al entorno familiar (excepto mi padre que no
vivía conmigo) me hablaban de la sexualidad, nunca me dijeron que la convención
cultural era que un chico debía estar con una chica y no con otro chico. Tal vez
con aquella aclaración mis gustos serían
otros, o tal vez no.