jueves, 5 de abril de 2012

Soliloquios de un tipo que dice pensar

Pienso más rápido de lo que hablo o escribo, por eso cuando trato de decir o escribir lo que pienso me sale un mamarracho, vomito una serie de palabras ininteligibles o dibujo una serie de palabras sin sentido. En estos casos, lo mejor es quedarse callado y alejarse de la computadora.
Siempre admiramos
lo que no somos o
lo que no podemos ser
Esta roja, es una ciruela; esta verde, una uva y esta otra, morada, otro tipo de uva. Te das cuenta que vivimos en un mundo multicolor. Entiende, desde ahora, aunque aún no sepas hablar, que en el mundo existen tantas frutas y tantos colores, como personas, metas y estilos de vida (acordes con cada meta).  Hay vidas al azahar, en el vacío, en algún lugar que nadie visita o nadie recuerda, tiradas, como aquellos lapiceros que encontraste mientras auscultabas cada centímetro de los cajones que no abro hace años. Sé que no lo recordarás, pero quiero contarte la historia de los tres: Este, de madera y grabado con palabras cursis me lo regaló mi primera enamora (a la que mi padre bautizó como La gorila), me cuesta creer que aún lo conserve y ese milagro se debe a que nunca boto la basura. Este otro, me lo regaló la futura primera dama, es un búho, lo ves. Supongo que amo a los búhos y sería bueno que los conozcas y en especial éste, que es un búho de Puno (Donde todos los habitantes son igualitos, como clones). Este último, lo conservo porque es un lapicero de cartón, amigable con el ambiente. Recuerda  que sea lo que sea que elijas ser, siempre tendrás mi ayuda, recuerda también que lo importante es elegir y luego ser y hacer: Elige que lapicero quieres destruir, supongo que estas en esa edad, la de las destrucciones, supongo que aún somos niños y a esta edad cualquiera se comporta como peruano.

¡No me toques por favor!  Ya no somos jóvenes, ya no tengo quince años y tú ya no tienes veintidós. Ya no quiero o no tengo ganas de besarte, ni de molestarte toda la noche. No quiero o no tengo ganas de cargarte hasta la cama, besarte y hacerte el amor hasta el cansancio, como cuando adolecentes. ¡No me toques por favor! Ya no me excito con los juegos sexuales, ya no son importantes los genitales; ahora disfruto observando a personas que me parecen agradables, a los tipos delincuenciales (aquellos que sólo sirven para el sexo y para acompañarte cuando todos tus amigos se van). A ellos los observo minuciosamente, observo como ríen, el tono peculiar de sus voces y las desconocidas y excitantes palabras que usan al  hablar. Admiro el tiempo que pierden arreglándose el pelo, para verse mejor; también las groserías y el arte con el lucen la entrepierna, pero ya no lo sexual ¡Detente, no me toque por favor! ¿Y si nos acostamos a mirar el techo? ¿Y si conversamos? Te puedo contar que le pagué al esposo de una de tus hermanas para acostarme con él, puedo contarte sobre las aventuras que tuve mientras éramos pareja, te puedo contar muchas cosas que te harán morir de rabia y celos (Tú y yo conocemos ese impulso animal, el de no tolerar la idea de vernos haciendo con otro, lo que hacíamos en esa cama, donde dopaste a tu amigo, donde muchas veces te dope ¡Ambos lo entendemos!). Puedes contarme sobre tu vida sexual anterior, con tus primos, con el chiquillo que me gustaba (era rico ese cuerpo delgadito, aún lo recuerdo), antes de que nuestro padre nos presente como hermanos ¿Y si mejor hablamos del presente? Mejor no te me acerques, porque hace mucho calor y te voy a mandar a la mierda. (¿mierda? ¿Dónde y cuándo aprendí esa palabra?) Mejor enseñémosle las cosas que no nos enseñaron de pequeños, y si no quieres ayudarme igual le enseñaré a ser mejor que tú y yo. Entiende  que cuando me alejaron de la ciudad en donde nací, murieron muchas cosas, entre ellas la habilidad y el ímpetu que descubriste en tu cama ¡Tú mano está caliente! ¡Vete!

Cuando mi madre descubra que has quebrado el contenedor de pimienta se va a molestar mucho ¡Ten cuidado, que no vaya a quebrar nada!, me dijo. No se molestará tanto como mi hermano, cuando quebraste el contendor del azúcar y te gritó y trató de pegarte, pero se molestará un poco más que yo, cuando rompiste un vaso. Es normal que las cosas se corrompan y se rompan, es normal que una niña quiebre cosas. Perdóname madre, ya estoy viejo, ya no camino tan rápido como lo hacía de adolescente. Mi sobrina es más rápida, más activa y si quieres que sea disciplinada tienes que enseñárselo tú, en la universidad no han preparado para ello. Recuerda que debes hacerlo cuando antes. ¿Y qué vas a pensar cuando leas la novela que escribiré, sobre tu vida y la vida antes de tu vida? ¿Estarás preparada querida sobrina? No te preocupes, yo me encargaré de enseñarte a saber sobrellevar las cosas, a olvidarte de ellas, que es lo mejor. Recuerda que las cosas no son más importantes que las personas, el dormir ni mucho menos que el leer y escribir. ¿Dónde lo aprendí? Eso no te lo enseñan en la universidad, eso lo inventé yo, y si alguien más lo hizo, no lo supe y no me interesa saberlo. Me quedaré con los créditos.

¡No me llames! Eres la persona más agradable, hermosa e inteligente que conozco; pero, no quiero que me llames, no quiero hablar contigo, ni con nadie. Cuando estoy de mal humor o cuando quiero estar sólo no distingo entre amigos, enemigos o fantasmas. En dichos casos mis decisiones tienen carácter imperativo, no hay excepciones. Ten en cuenta que si estoy feliz es porque estás viva y porque no me llamas. Es mejor tenerte lejos y hablar después de mucho tiempo, por el celular, sobre el acoso de los seminaristas. Ya sabemos que sean sacerdotes o no, a los hombres les siguen excitando las mujeres bellas, las cantantes. A los hombres y a mí, les gustan las chicas del coro.

Gracias por cederme el asiento, aún tengo fuerzas para cargarla, pero igual gracias. Me gusta tu sonrisa, se nota que de joven has ido al gimnasio. Gracias por enseñarme que nacer en una tribu no es una desgracia, sino una oportunidad para ser inmortal. Lo que no sabes es que yo tengo una regla: No le cedo el asiento a ninguna persona con bebé, porque, cada persona es responsable de sus actos y no debe esperar de la caridad de los demás, porque ¿Qué le puede enseñar una persona que vive de la caridad, a sus hijos? ¿Qué futuro le espera al Perú con gente formada con esas ideas que conducen al fracaso y a la casa de Humala? Pero a partir de hoy haré excepciones a la regla: Cederé el asiento a quienes lo necesiten. Lo anterior no  significa que no sea consecuente, sino que últimamente paro sentado la mayor parte del día y sería bueno estar en pie algunos minutos.

¡No me molestes! Aprende a ser autodidacta. Recuerda que las personas sólo te dicen o explican lo que quieren que aprendas y no es bueno dejar que otros moldeen nuestros pensamientos. Lo importante es que sepas y aprendas a no depender de los demás, porque las personas se mueren o se van. ¡Basta! No más preguntas, estoy cansado. Ten en cuenta que paro toda la semana sentado frente a una máquina y este fin de semana quiero hacer algo distinto, quiero relajarme: Me tiraré a la cama y estaré ocupado, durmiendo ¡No me molestes, por favor! ¡No me llames!

¿Has notado que hay muchas personas que necesitan ayuda académica? He pensado en formar un grupo de estudios, para ayudar a las personas, para enseñarles a ayudarse solas; pero, sabes que soy un haragán, es verdad que tengo algunas pocas virtudes, lo sé, pero por sobre todas las cosas nada me sale mejor ni nada me gusta más que el dormir. Entonces, pienso que sería buena idea que me des a cargo algunos cursos que dictar, en tu academia, los sábados, para no sentirme tan inútil. Sé que abandoné el dictado de un modo brusco y que luego rechacé la propuesta, pero ahora es distinto: Siento la necesidad de compartir y decir lo que pienso, antes de morir.

¿Señora Martha? Supongo que debo reírme. No seas torpe, Martha Hildebrant no se tomaría el trabajo de crear una página en una red social, para su libro. La página la creé yo, y no me llamo Martha, no tengo nombre y los humanos me conocen como un loco, haragán y  como futuro presidente del Perú. Y si Martha leyese lo que acabas de escribir y viese los errores, que son comunes entre los peruanos, y supiese que estudiaste en una universidad, te hubiese dicho: “No seas borrico” Ya sabemos que la universidad fortalece la estupidez ¿Haz visto cuanto he involucionado desde que me obligaron a estudiar?

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