viernes, 20 de abril de 2012

Los escritos, los escritores y la estupidez


Mi cuerpo está débil como un manojo de alguna yerba, de la  que se le hecha a las comidas; mi pelo, confundido y desparramado sobre mi frente confirma que si bien estoy mejor que antes, ahora me siento peor, más cansado, más humano, más jodido: Nada bueno puede venir después de que la gente dejó de llamarme loco. Añoro aquellos días, añoro los días en los que me llamaban loco, presidente, señor presidente, Mr. President, el engreído de los dioses; ahora sólo soy Adriano, eso me lo recuerda mi cuenta de correo, el nombre de la computadora y el nombre de la silla donde me siento días tras día. Si alguien me hiciese la pregunta ¿En qué momento te jodiste? Podría responder que fue desde la muerte de mi abuela pero es más seguro que me haya jodido en el instante en que dejé de ser el loco a quien todos detestaban y me convertí en Adriano, un desecho humano, ya sabemos que los humanos prefieren los desechos.
Este fue un detalle agradable. No recuerdo quien lo hizo,
pero me sentí feliz.
No puedo escribir lo que quiero escribir. No puedo ordenarle a mi mente que escriba tal o cual historia, eso es imposible y aburrido. No puedo controlar mi mente porque estoy cansado, porque la vida que llevo no permite que tenga el tiempo suficiente para dormir, leer y escribir. Con estas circunstancias lo más adecuado es ir a dormir y pensar que mañana podré escribir lo que quise escribir hoy. Ya en mi cama puedo pensar perfectamente todas las historias, ya en mi cama puedo superar a todos los novelistas de todos los tiempos, ya en mi cama puedo ganar el nobel (y el nobel es poco), pero cuando regreso a plasmarlo todo, mi cuerpo se rehúsa y termino como al comienzo. Entonces me resigno y pienso que mañana será un nuevo día y podré escribir todo y duermo pensando hasta quedar sin energías.

Al día siguiente no recuerdo nada, las ganas de escribir han desaparecido, las historias no tienen sentido y son ridículas. Recuerdo la trama pero no puedo reconstruirla del modo genial, como la noche anterior. Entonces me acuesto y pienso y me duerno y hago cualquier cosa menos pensar en escribir. Pienso en las razones.

Es probable que a la mañana siguiente a la noche de genialidad, haya sol, y el sol es el culpable de que los genios mueran y que las ideas tenebrosas e interesantes se vean iluminadas por la esperanza. En un mundo de esperanza e iluminación no hay motivo para escribir sobre nada. Se puede escribir poemas sobre la felicidad u otras cosas cursis pero los genios no tienen la habilidad para escribir cosas bellas en mañanas o en una ciudad iluminada por el sol, una ciudad sucia.

Lo digo porque imagino, sospecho o estoy seguro de que los mejores poemas han sido escritos en una ciudad sin sol, nublada, con garúa. Estoy seguro, sospecho o imagino que podré ser poeta si vivo en una ciudad con garúa, nublada y sin sol. Entonces, si se quiere ser escritor, sólo queda esforzarse un poco y escribir lo primero que se nos viene a la mente y luego ir a dormir. Escribir tonterías o lo que no queremos escribir es lo único que podemos escribir, y tenemos que resignarnos a ello si persistimos en la idea de ser escritores, sólo nos queda la estupidez.

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