miércoles, 25 de abril de 2012

Los hombres de mi vida: Iván


De pequeño fui tímido. Hice la primera comunión cuando estuve en cuarto de primaria. Asistía a las charlas todos los sábados como a la cuatro de la  tarde al colegio Augusta López Arenas, frente a la plaza de armas. Allí conocí a Iván, mi catequista, aún adolescente. Era un tipo delgado, casi de mi estatura o probablemente un poco más alto. Era blanco y recuerdo una voz bastante suave, casi femenina, recuerdo sus manos pronunciadamente femeninas (como las mías) y una cavidad bucal divina, esto último lo descubrí en quinto de secundaria. Por aquel tiempo Iván vivía con sus padres en la cuadra uno o dos de la calle Tres Marías, estudiaba lengua y literatura y años más tarde fue a realizar prácticas al colegio Santa Lucía donde yo estudiaba. Las clases de la catequesis eran aburridas, recuerdo que Iván no tenía autoridad, que era un poco cojudo y por mi lado, me gustaba y me masturbaba pensando en uno de mis compañeros;  pero yo lo respetaba o mejor dicho: Yo era y siempre he sido un cojudo. Mis padres me enseñaron de pequeño a respetar a los mayores, a saludar,  a ser acomedido, a atender las clases y otras cosas que no creo que recuerde ahora ni nunca. Cuando terminó la catequesis, no supe más de Iván hasta un tiempo después. Hasta entonces no noté las conductas homosexuales de mi catequista. Siempre fui ingenuo, viví encerrado en mi casa hasta los once años, eso podría explicarlo todo, y sospecho que fui el único que no se dio cuenta.

Cuando llegué a quinto de secundaria, era el primero de toda la institución. Había acumulado todos los cordones de policía escolar, de primero a cuarto, y todo apuntaba a que yo sería el brigadier general, pero las cosas no ocurrieron así. Salvador, un gordito chupamedias, que no tenía ningún otro talento que el de ser chupamedias, empezó a surgir como estudiante destacable a partir de tercero, todo empezó en las clases del profesor Nerio, el estafador. Los dos años anteriores los dioses de aquel colegio éramos John y yo; él, mejor en números y yo, en letras. Las cosas iban bien hasta que John tuvo que cambiarse a un colegio donde le enseñasen mejor la matemáticas. Su hermano mayor era campeón departamental de matemáticas y sus padres querían que John sea tan bueno en matemáticas como su hermano mayor. Ahora John estudia en la universidad nacional de Lambayeque. Con la partida de John quedé solo, ya no hubo con quien competir. Surgieron nuevas amistadas, tres mejores amigos (Anderson, Juan Carlos y Jorge) y por aquella época empecé a entablar algunas pláticas con Salvador. Nunca me cayó bien el tipo, lo detestaba, pero siempre me ofrecía ayudarlo con alguna tarea, recuerdo que tenía algún retardo para el análisis. Salvador se fue haciendo amigo de los profesores, fue obteniendo cada vez mejores calificaciones; mientras yo me sumergía en la soledad y en las lecturas de libros de filosofía (leía El mundo de Sofía). Fue de ese modo como Salvador se convirtió en el alumno favorito en cuarto y yo pasé a ocupar el sitio de los renegados, de los que lo criticaban todo, el que denunciaba la ineficiencia de los auxiliares, el que denunciaba al profesor Carrasco que sólo llegaba cada fin de bimestre para cobrar y colocar las notas, el que se mechaba con el profesor Nerio porque pedía dinero para algún compuesto químico y terminaba dándole de comer a sus hijas y esposa con ese dinero, el que se rehusada a coger una palana para sembrar plantitas (en el curso de Educación para el trabajo). Salvador era el salvador de los profesores y su padre era amigo del subdirector, un profesor de matemática que  dictaba las clases borracho. Finalmente una conversación en una cantina, en El Refugio, determinó que me hurtaran el cordón de brigadier general.

Como subrigadier me dediqué a empezar la guerra contra el cabrón chupamedias y contra los profesores, director y subdirector de ese colegio emblemático, el mejor de todos los que existen en la ciudad del exceso de fe. Durante esa guerra no declarada, llegué a casa de Iván en busca de información que pudiese servir para obtener la victoria; pero, terminé eyaculando en su boca y sin ninguna información que pudiese servir.

Pronto Iván regresará a Ferreñafe a celebrar su primera misa como sacerdote (por alguna razón desconocida se encerró en un seminario), espero estar allí y escribir una novela.

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