De pequeño fui tímido. Hice la
primera comunión cuando estuve en cuarto de primaria. Asistía a las charlas
todos los sábados como a la cuatro de la
tarde al colegio Augusta López Arenas, frente a la plaza de armas. Allí
conocí a Iván, mi catequista, aún adolescente. Era un tipo delgado, casi de mi
estatura o probablemente un poco más alto. Era blanco y recuerdo una voz
bastante suave, casi femenina, recuerdo sus manos pronunciadamente femeninas
(como las mías) y una cavidad bucal divina, esto último lo descubrí en quinto
de secundaria. Por aquel tiempo Iván vivía con sus padres en la cuadra uno o
dos de la calle Tres Marías, estudiaba
lengua y literatura y años más tarde fue a realizar prácticas al colegio Santa Lucía donde yo estudiaba. Las
clases de la catequesis eran aburridas, recuerdo que Iván no tenía autoridad,
que era un poco cojudo y por mi lado, me gustaba y me masturbaba pensando en uno
de mis compañeros; pero yo lo respetaba
o mejor dicho: Yo era y siempre he sido un cojudo. Mis padres me enseñaron de
pequeño a respetar a los mayores, a saludar,
a ser acomedido, a atender las clases y otras cosas que no creo que
recuerde ahora ni nunca. Cuando terminó la catequesis, no supe más de Iván
hasta un tiempo después. Hasta entonces no noté las conductas homosexuales de mi
catequista. Siempre fui ingenuo, viví encerrado en mi casa hasta los once años,
eso podría explicarlo todo, y sospecho que fui el único que no se dio cuenta.
Cuando llegué a quinto de secundaria, era el
primero de toda la institución. Había acumulado todos los cordones de policía
escolar, de primero a cuarto, y todo apuntaba a que yo sería el brigadier
general, pero las cosas no ocurrieron así. Salvador, un gordito chupamedias,
que no tenía ningún otro talento que el de ser chupamedias, empezó a surgir
como estudiante destacable a partir de tercero, todo empezó en las clases del
profesor Nerio, el estafador. Los dos años anteriores los dioses de aquel
colegio éramos John y yo; él, mejor en números y yo, en letras. Las cosas iban
bien hasta que John tuvo que cambiarse a un colegio donde le enseñasen mejor la
matemáticas. Su hermano mayor era campeón departamental de matemáticas y sus
padres querían que John sea tan bueno en matemáticas como su hermano mayor. Ahora
John estudia en la universidad nacional de Lambayeque. Con la partida de John
quedé solo, ya no hubo con quien competir. Surgieron nuevas amistadas, tres
mejores amigos (Anderson, Juan Carlos y Jorge) y por aquella época empecé a
entablar algunas pláticas con Salvador. Nunca me cayó bien el tipo, lo
detestaba, pero siempre me ofrecía ayudarlo con alguna tarea, recuerdo que
tenía algún retardo para el análisis. Salvador se fue haciendo amigo de los
profesores, fue obteniendo cada vez mejores calificaciones; mientras yo me
sumergía en la soledad y en las lecturas de libros de filosofía (leía El mundo de Sofía). Fue de ese modo como
Salvador se convirtió en el alumno favorito en cuarto y yo pasé a ocupar el
sitio de los renegados, de los que lo criticaban todo, el que denunciaba la
ineficiencia de los auxiliares, el que denunciaba al profesor Carrasco que sólo
llegaba cada fin de bimestre para cobrar y colocar las notas, el que se mechaba
con el profesor Nerio porque pedía dinero para algún compuesto químico y
terminaba dándole de comer a sus hijas y esposa con ese dinero, el que se
rehusada a coger una palana para sembrar plantitas (en el curso de Educación para el trabajo). Salvador era el salvador
de los profesores y su padre era amigo del subdirector, un profesor de
matemática que dictaba las clases borracho.
Finalmente una conversación en una cantina, en El Refugio, determinó que me hurtaran el cordón de brigadier
general.
Como subrigadier me dediqué a
empezar la guerra contra el cabrón chupamedias y contra los profesores,
director y subdirector de ese colegio emblemático, el mejor de todos los que
existen en la ciudad del exceso de fe. Durante esa guerra no declarada, llegué
a casa de Iván en busca de información que pudiese servir para obtener la
victoria; pero, terminé eyaculando en su boca y sin ninguna información que pudiese servir.
Pronto Iván regresará a Ferreñafe
a celebrar su primera misa como sacerdote (por alguna razón desconocida se
encerró en un seminario), espero estar allí y escribir una novela.
O.o!
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