miércoles, 1 de febrero de 2012

Las lisuras


José, el chisco

Siento un odio intenso y omnipotente. Trato de escribir pero sonidos extraños, poderosos deambulan por mi mente, me impiden concentrarme en las historias. El odio es colosal pero imposible de focalizar, no puedo, simplemente no puedo, sólo recuerdo y grito alguna lisura. Carajo éste es un día de mierda, un día jodido. No grito lisuras con frecuencia, recuerdo claramente que la primera lisura que oí fue de boca de mi madre, cuando acababa de cumplir once años, la edad de los descubrimientos. Recuerdo la mesa de la cocina, redonda, antigua, las cuatro sillas. Dos pavos salidos del horno, frente a nosotros, empanadas (normales y rellenas), gaseosas, vino y varias botellas de macerado (llonque con frutas secas) que fue preparado por mi abuela desde hace exactamente 365 días.  Así de precisa era mi abuela. Nunca he probado de aquellas botellas, nunca podré hacerlo porque mi abuela yace en una tumba al final de la calle Nicanor Carmona, al lado derecho, una tumba blanca en el piso, con rejas, que no he visitado desde hace cinco años. A tu abuela le agradan las rosas, dice mamá, un día de estos debes ir a ponerle rosasPronto viajaré, respondo. Ahora tengo que dormir, leer y escribir. Estoy en deuda contigo abuela, lo eres todo para mí pero tú sabes que se me complican los viajes. No me interesa viajar pero quiero regalarte rosas y cerciorarme de que tu tumba esté limpia y bien cuidada. Abuela espérame, pronto llegaré y me encargaré cumplir con las obligaciones morales. ¡Diablos! caen lágrimas, que complicado es llevar una vida de humano, que complicado. El celular suena. ¡Mierda!
Por la cocina, entre las sillas, buscando algún insecto que devorar, se encuentra José (el chisco). Como extraño a José, extraño darte de probar de mi desayuno, extraño darte pan remojado en leche todas las mañanas, extraño tus silbidos y las tardes que pasábamos en el comedor conversando o yo estudiando y tú haciendo no sé qué, éramos felices, nos entendíamos. Cada uno haciendo sus cosas, ya lo repetido varias veces, pero es necesario. Como te extraño cabrón, grito. Las malditas lágrimas no se van, no se irán, sé que hoy me acompañaran por que hoy es el día en que recuerdo muchas cosas, hoy es el día en el que añoro el pasado y aquella mañana en la cocina, con mi mamá y un primo. Fue aquella mañana que escuché la primera lisura. Pendejo, le dijo mi madre a mi primo. Ellos platicaban, nada interesante para mí, yo observaba el ala del pavo que debía comerme minutos más tarde, era navidad y yo siempre me cómo todas las alas, con arte, con placer. Qué ricas son las alas, aún siento ese olor. Yo siempre aderezo los pavos, me agrada acuchillarlos e introducir una mezcla asquerosa que los vuelve ricos. Mis manos quedan con un olor desagradable. Es sólo por los cumpleaños, por navidad, por año nuevo, no puede ser tan malo. Mi madre dijo pendejo y luego se ruborizó, como si por primera vez hubiese cometido pecado mortal, ella y mi primo fueron cómplices, cambiaron el tema, intentaron que la palabra pase desapercibida. Yo  no entendí hasta dos años más tarde, la palabra quedó grabada en mi mente. Por aquella época tenía una memoria brillante, lo recordaba todo, la posición de mis libros, las tareas diarias, las palabras, las clases, la posición exacta donde caían las moscas cuando mi abuela las mataba, aún pasado varios meses. Lo recordaba todo.Qué buenos eran aquellos tiempos. Ahora no recuerdo nada, apenas recuerdo las historias que quiero perdurar en el tiempo. Malditas pastillas, ¡Cabronas, me destruyen la memoria! Por ejemplo ayer no recordé que fue lunes, no lo supe hasta que un amigo me recordó. Gracias buen amigo GB, pronto escribiré de ti.
¡Qué fea palabra! Pendejo es una palabra que ingresa a nuestros oídos y los destruye, nos deja sordos. Que falta de estética. ¿Quién en su puta vida prefiere utilizarla? Mi madre cambia el tema, empiezan a servir el desayuno. Nunca hemos cenado en navidad, todo ocurría al día siguiente. La noche del 24 acudíamos a misa con mi abuela, pasábamos por la plaza que está a dos cuadras de mi antigua casa. El lugar siempre estaba repleto de gente vendiendo panetones, empanadas, vino y otras cosas. Era un día especial en ese lugar. La plaza repleta, toda la ciudad caminando. A decir verdad, por aquella época era el único lugar donde la gente podía pasar un domingo o una fiesta importante. Acudían de todo lugar, la gente se pone sus mejores prendas, algunos con enamoradas, otros entre amigos, otros solos y esperando encontrar a alguien. Siempre era seguro encontrar a alguien. La gente da vueltas como en procesión, varias vueltas. Luego vienen las discotecas, la única que recuerdo ahora es el Manaos, pero había unas dos más, si no mal recuerdo una en la calle bolívar y otra en el parque de San Juan Bosco, donde una amiga me hizo fumar cigarros y luego procuró practicarme sexo oral. Esa  chica era una loca, se había acostada con casi medio mundo y por supuesto había comido kilómetros de pinga. Fátima no quiero volverte a ver. Recuerdo que nos sentamos en una de las bancas de ese parque poco iluminado, frente a una puerta vieja, donde salían hombres. Es un prostíbulo, me decía Anderson. Como te recuerdo amigo, has sido el mejor. Ahora estudias electrónica y llevas una vida distinta. Estarás conmigo en el gobierno y tomaremos y recordaremos los viejos tiempos, es una promesa. Te acostarás con nuestra amiga y me haré el tonto, no me daré cuenta, como en los viejos tiempos.
Estábamos en el parque. La gente vende y nosotros ingresamos a la iglesia, escuchamos la misa, regresamos y ponemos en niño en el pesebre. Luego a dormir se ha dicho.
 Eran buenos aquellos tiempos, yo era feliz. Todos eran cómplices, mis amigos, mi familia, todos procuraban ocultarme las lisuras. Ustedes se las sabían todas, yo no sabía nada. ¡Malditos! Pero se los agradezco, he aprendido mucho después, de un modo cruel. Lo aprendí antes sus ojos y no pudieron verlo. Los amigos de mi tío me lo enseñaron, el internet me lo enseñó. Los amigos de mi hermano. Las cosas se aprenden tarde o temprano. 

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