Camino distraído, pensando en
algunas historias, en las palabras de mi padre, en lo irritante que suelen ser
las llamadas al celular, en mi hermano que pronto regresará, en la última
relación sexual, en la estrategia para ser inmortal; mi cabeza es un volcán en
erupción, las ideas surgen de alguna parte de la que no soy consciente, de mis
intestinos, de mis huesos, de la bilis. Camino solo por alguna calle desolada,
en la berma central de una avenida, es casi media noche. Me acompañan en esta
travesía, algunas personas y sus mascotas, algunos carros que pasan disfrutando
de la soledad, de la niebla y del silencio de la noche, unos carros sin
conductor, unos conductores con sus parejas. Camino solo, distraído y me siento
feliz.
Algunos caminos se acaban, otros
caminos comienzan. La noche, la neblina y el silencio se vuelven prominentes,
el mundo es casi perfecto. Me encuentro caminando con el mundo, y el mundo soy
yo y nadie más. Las calles lucen vacías, los vendedores ambulantes ya no están,
las pocas tiendas que existen están cerradas, me he alejado más o menos cinco
cuadras de mi casa. A lo lejos diviso, en una esquina, a un grupo de jóvenes con
aspecto rapero, delincuencial; los observo dialogando, riéndose y disfrutando de
la noche. Me siento un poco más ellos que yo y todo que lo me rodea. Pienso que
ellos son los autores de un poco más de 1000 palabras y frases, pienso que
ellos son los que no me traicionarán cuando postule a la presidencia, pienso
que ellos son mejores amigos, pienso que si hay algo que aún queda por conocer
es el mundo de ellos.
No me he percatado que hay tipo
como de mi tamaño, un poco más delgado, con una gorra roja, una camisa manga
larga a cuadros, un poco moreno, con un arete en la oreja izquierda y una
sonrisa encantadora. Me doy cuenta a destiempo. Me saluda. Lo saludo y finjo
una risa. El tipo me cae de la patada. Su saludo fue un saludo amical, de respeto,
un saludo como aquellos que siempre se esperan y nunca se olvidan. Me detengo.
Hay que saber en qué momento
detenerse, hay que saber en qué momento despertar, hay que tener todo claro aún
en una noche solitaria y con niebla. En muchas ocasiones me he sentido tentado
por otro estilo de vida, por un estilo más sincero. Detesto la corbata y el
saco, detesto los buenos modales, detesto las normas, el protocolo. Amo hacer
lo que mejor me plazca en el momento y lugar que a mi voluntad se le antoje. Amo
las guerras, los libros, la literatura y en este momento amo a personas como
quien me ha saludado. Uso un lenguaje vulgar, como el de mis compañeros de
universidad, como el que escucho a diario en la calle. Me entiendo con el tipo
de la esquina, nos caemos bien, reímos y pretendo ser menos yo y más ellos. Me
siento bien.
Caminamos hacia un parque, pero
está cerrado. Hay una ordenanza municipal que obliga a cerrar los parques en
las noches. Los parques están enrejados para protegerlos de personas como mi
acompañante de noche, mi amigo. Nos tiramos en la acera, los de vigilancia
observan, sospecho que pronto llegará la camioneta del serenazgo. Algunas
ancianitas observan por sus ventanas, escandalizadas, es probable que no tengan
nada que hacer en esa noche, ni en lo
que les resta de vida. No me preocupo. Trato de relajarme y olvidarme del
entorno. Converso y trato de aprehender ese estilo de vida, el lenguaje de los
dioses. Observo a detalle, es un defecto inevitable.
La camioneta del serenazgo se
pasea por la calle. Se acerca a la acera, me observan y no dicen nada, siguen
el camino. Los lentes en mi rostro tienen cierto efecto. Mi rostro mismo
produce un efecto, mi rostro es el rostro de medusa.
La situación se vuelve
insostenible. Ya no puedo fingir más aquel lenguaje. Me resulta extraño, me
hace sentir una sensación incómoda como aquella que se produce cuando alguien
juega con nuestras tetillas. No puedo dejar de observar su risa, la rima de sus
frases, no puedo evitar excitarme. Caminamos de regreso. Damos un giro de 360°.
Llegamos al mismo punto, a la partida. Le prometo que cuando sea presidente, él
y todos los de su especie, estarán conmigo y tendrán mi protección. El me hace
un gesto de aprobación con las manos, me parece genial. No les miento, es una
promesa que cumpliré, porque sé que cuento con ellos.
Camino de regreso, pienso en
cosas desagradables, trato de eludir los pensamientos sexuales. Pienso que un
amigo es más importante que cualquier otra cosa. Para acostarse con personas
como aquel joven, el de las frases que riman y hacen juego con el arete, el
movimiento de los labios y la posición de los dedos, sólo debemos demostrar que
somos tan masculinos como ellos y que nos agradan las mujeres tanto o un como
más que a ellos. Los varoniles se acuestan con los varoniles, los tímidos con
los tímidos, los atléticos con los atléticos, los iguales con los iguales. Es
así de sencillo el mundo que conozco. A quien le agradan más las mujeres, quien
escupe más groserías, quien tiene carácter fuerte y carisma de rapero o
delincuencial es el que sodomiza al otro. Pienso y me tropiezo con un perro. Pido
disculpas pero el perro no responde.
Continúo.
Una camioneta de serenazgo se
detiene y me pregunta si necesito ayuda. Pienso en la posibilidad de acostarme
con quien va al volante, pero ya estoy demasiado cansado para estos juegos. Indico
que no la necesito, sonrío y continúo
sin rumbo.
Los varoniles se acuestan con los varoniles, los tímidos con los tímidos, los atléticos con los atléticos, los iguales con los iguales.
ResponderEliminarno me olvidare esta frese... buen punto de vista me gusto leerlo haces muy buenos post
Quisiera ser todo lo que no soy y ser feliz. Gracias por leerme.
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