lunes, 14 de noviembre de 2011

Debes Morir


Si no mueres por causas naturales, yo te mato.
Estoy furiosa, por tu culpa. (La chica del rostro intrigante)

Es la segunda vez que me amenazan de muerte y por alguna razón estoy de acuerdo en que debo morir. Sé que las personas que me han amenazado no podrán matarme, porque no conocen mi casa y si la conociesen no podrían llegar hasta mi cama. Sé que las amenazan quedarán en  palabras y que una amenaza de este tipo no es motivo de preocupación sino más bien un motivo para escribir, bien o mal, pero lo que  finalmente importa es escribir.
He mencionado que estoy de acuerdo con que debo morir y voy a detallar las razones que me hacen suponerlo. Primero, debo morir porque no pertenezco a este mundo, nunca debí nacer aquí. A lo largo de mis veintitrés años me he caracterizado por deambular en lugares inapropiados como por ejemplo: la escuela (de primaria y secundaria) donde no había nadie con quien competir (a excepción de Juan y John); la universidad (y la carrera de ingeniería) donde tampoco he notado la presencia de alguna persona interesante con quien sea digno competir. En la carrera de ingeniería de sistemas  existen a los más seis personas con cociente intelectual elevado: Alocen, Feliciano, Ive, Medina, Morales y no recuerdo otros más. He analizado a detalle a cada uno de ellos y he llegado a conclusión de que ninguno podría estar a la altura de Juan, que tiene el cociente intelectual de todos ellos juntos y mucho más.  De modo que demostrar en esa universidad de pacotilla que soy el mejor resulta irrelevante. Segundo, debo morir porque mi presencia en este mundo contamina el mundo cursi y ficticio que se han inventado los peruanos. La presencia de personas como yo que critican lo que todo el mundo aplaude y que aborrecen los gustos vermiculares (relacionado a los gusanos), resulta en cierto modo insultante. Debo morir porque mi nacimiento es el pecado original con el que deben cargar todos los peruanos.
Hay una tercera razón por la que debo morir y es quizá la más importante: Siempre acabo complicándole (jodiéndole) la vida a quienes dicen ser mis amigos y la razón es simple “yo no tengo, ni quiero tener amigos”. No me interesa lo que les pase, ni quiero oír sus problemas. Sabiendo que yo no pertenezco a este mundo y que lo aborrezco, todo lo que ocurra con el o sus habitantes me tienen sin cuidado. Entonces llego a la conclusión de que es debido a esta razón por la que mucha gente quiere matarme.
Siempre he recomendado que no esperen nada de mí, que no traten de cambiarme. Hay algunos incautos que piensan que su amistad puede conseguir el milagro de  cambiar mi modo de pensar, yo recalco que sé bien que es lo quiero, ya estoy viejo como para la gente me dé discursos sobre lo correcto o incorrecto, todo lo tengo claro. Hay algunos, pitonisos, que osan decir que con mi manera de pensar y de actuar jamás conseguiré nada ¡Torpes! Con mi modo de actuar y pensar no conseguiré nada de lo que ellos aspiran, pero entre lo que ellos aspiran y lo que aspiro yo hay incongruencia.
Entonces son este tipo de personas, que habiendo creído poder conseguir algo en mí, las que ahora tratan de matarme, alegando posiblemente que soy un traidor o que he hecho lo que ellos no esperaban. Yo estoy dispuesto a morir, creo que sería lo mejor que pudiese haberme ocurrido. El problema es que tengo la sospecha de que las personas que se proponen matarme, por las razones mencionadas, son personas con poco juicio, y si han decidido confiar o esperar algo de mí (hecho es que una aberración) dudo que puedan tener éxito en tal empresa. Digamos que es probable que yo termine matándolos.
Yo no vivo en este mundo, el que detesto, el de los zombis; yo vivo en un mundo paralelo, en una novela donde yo soy dios y puedo atar y desatar todo, como Pedro. Y las personas que se aventuran en la quijotesca tarea de matarme deben recorrer todo aquel mundo novelado, donde yo – siendo dios – lo decido todo. Un humano que ha decido formar parte de alguna de mis historias, léase caprichos, es un humano que ha decido someterse a mi designios, de modo que tendrá éxito sólo si yo lo decido.
Yo quiero morir y en la práctica estoy muerto, estoy tan muerto como lo están todos. La diferencia es que yo lo sé y ellos no. Yo les informo que están muertos y ellos me censuran, piensan que los insultan.  Recordemos que el convencer a un muerto de  que lo está es una tarea difícil. Finalmente Rulfo no tuvo el mérito de crear una gran novela, lo único que hizo fue relatar lo que observaba.  ¿Cómo podría matar un muerto a otro muerto? La pregunta es de locos.
Finalmente puedo tener la certeza de que hay personas que quieren matarme pero no lo conseguirán, no podrán matarme sino hasta cuando yo lo decida. Las personas que han decidido seguir mi vida y esperar algo a cambio, han decido llevar una vida de penurias, de penurias más grandes que todas las depresiones que tengo soportar día a día. Hay personas con las que tengo una excelente relación y son los que reconocen que lo mejor que pueden hacer es alejarse y amarme desde algún lugar lejano, sin que yo lo sepa. Aquel que trata de acercarse a mí, sabemos que terminará mal. Aprovecho este escrito, para informarle a todos los que tratan de conseguir alguna relación duradera conmigo que no crean en nada de lo que les diga, siempre diré que soy fiel, que no me he acostado con nadie y prometeré acompañarlos durante toda la vida, pero sólo lo diré para conseguir alguna relación sexual, después sufrirán grandes decepciones y querrán matarme, por perro. Y querrán purificar a la humanidad de alguien como yo, pero ¡Fracasaran cabrones! Nadie puede contra un dios. Yo dejaré que me maten, sólo después de haber conseguido mis tres sueños y le daré la dicha a la persona que se haya ganado los méritos, a aquella que haya sobrevivido a toda la travesía. A aquella persona que descubra que la única responsable de sus actos – y cambios de ánimo – es ella y nadie más. 

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