Si no mueres por causas naturales, yo te mato.
Estoy furiosa, por tu culpa. (La chica del rostro intrigante)
Es la segunda vez que me amenazan
de muerte y por alguna razón estoy de acuerdo en que debo morir. Sé que las
personas que me han amenazado no podrán matarme, porque no conocen mi casa y si
la conociesen no podrían llegar hasta mi cama. Sé que las amenazan quedarán en palabras y que una amenaza de este tipo no es
motivo de preocupación sino más bien un motivo para escribir, bien o mal, pero
lo que finalmente importa es escribir.
He mencionado que estoy de
acuerdo con que debo morir y voy a detallar las razones que me hacen suponerlo.
Primero, debo morir porque no pertenezco a este mundo, nunca debí nacer aquí. A
lo largo de mis veintitrés años me he caracterizado por deambular en lugares
inapropiados como por ejemplo: la escuela (de primaria y secundaria) donde no
había nadie con quien competir (a excepción de Juan y John); la universidad (y
la carrera de ingeniería) donde tampoco he notado la presencia de alguna
persona interesante con quien sea digno competir. En la carrera de ingeniería
de sistemas existen a los más seis
personas con cociente intelectual elevado: Alocen, Feliciano, Ive, Medina,
Morales y no recuerdo otros más. He analizado a detalle a cada uno de ellos y
he llegado a conclusión de que ninguno podría estar a la altura de Juan, que
tiene el cociente intelectual de todos ellos juntos y mucho más. De modo que demostrar en esa universidad de
pacotilla que soy el mejor resulta irrelevante. Segundo, debo morir porque mi
presencia en este mundo contamina el mundo cursi y ficticio que se han
inventado los peruanos. La presencia de personas como yo que critican lo que
todo el mundo aplaude y que aborrecen los gustos vermiculares (relacionado a
los gusanos), resulta en cierto modo insultante. Debo morir porque mi
nacimiento es el pecado original con el que deben cargar todos los peruanos.
Hay una tercera razón por la que
debo morir y es quizá la más importante: Siempre acabo complicándole
(jodiéndole) la vida a quienes dicen ser mis amigos y la razón es simple “yo no
tengo, ni quiero tener amigos”. No me interesa lo que les pase, ni quiero oír
sus problemas. Sabiendo que yo no pertenezco a este mundo y que lo aborrezco,
todo lo que ocurra con el o sus habitantes me tienen sin cuidado. Entonces
llego a la conclusión de que es debido a esta razón por la que mucha gente
quiere matarme.
Siempre he recomendado que no
esperen nada de mí, que no traten de cambiarme. Hay algunos incautos que
piensan que su amistad puede conseguir el milagro de cambiar mi modo de pensar, yo recalco que sé
bien que es lo quiero, ya estoy viejo como para la gente me dé discursos sobre
lo correcto o incorrecto, todo lo tengo claro. Hay algunos, pitonisos, que osan
decir que con mi manera de pensar y de actuar jamás conseguiré nada ¡Torpes! Con
mi modo de actuar y pensar no conseguiré nada de lo que ellos aspiran, pero
entre lo que ellos aspiran y lo que aspiro yo hay incongruencia.
Entonces son este tipo de
personas, que habiendo creído poder conseguir algo en mí, las que ahora tratan
de matarme, alegando posiblemente que soy un traidor o que he hecho lo que
ellos no esperaban. Yo estoy dispuesto a morir, creo que sería lo mejor que
pudiese haberme ocurrido. El problema es que tengo la sospecha de que las
personas que se proponen matarme, por las razones mencionadas, son personas con
poco juicio, y si han decidido confiar o esperar algo de mí (hecho es que una
aberración) dudo que puedan tener éxito en tal empresa. Digamos que es probable
que yo termine matándolos.
Yo no vivo en este mundo, el que
detesto, el de los zombis; yo vivo en un mundo paralelo, en una novela donde yo
soy dios y puedo atar y desatar todo, como Pedro. Y las personas que se
aventuran en la quijotesca tarea de matarme deben recorrer todo aquel mundo
novelado, donde yo – siendo dios – lo decido todo. Un humano que ha decido
formar parte de alguna de mis historias, léase caprichos, es un humano que ha
decido someterse a mi designios, de modo que tendrá éxito sólo si yo lo decido.
Yo quiero morir y en la práctica
estoy muerto, estoy tan muerto como lo están todos. La diferencia es que yo lo
sé y ellos no. Yo les informo que están muertos y ellos me censuran, piensan
que los insultan. Recordemos que el
convencer a un muerto de que lo está es
una tarea difícil. Finalmente Rulfo no tuvo el mérito de crear una gran novela,
lo único que hizo fue relatar lo que observaba. ¿Cómo podría matar un muerto a otro muerto? La
pregunta es de locos.
Finalmente puedo tener la certeza
de que hay personas que quieren matarme pero no lo conseguirán, no podrán
matarme sino hasta cuando yo lo decida. Las personas que han decidido seguir mi
vida y esperar algo a cambio, han decido llevar una vida de penurias, de
penurias más grandes que todas las depresiones que tengo soportar día a día. Hay
personas con las que tengo una excelente relación y son los que reconocen que
lo mejor que pueden hacer es alejarse y amarme desde algún lugar lejano, sin
que yo lo sepa. Aquel que trata de acercarse a mí, sabemos que terminará mal. Aprovecho
este escrito, para informarle a todos los que tratan de conseguir alguna
relación duradera conmigo que no crean en nada de lo que les diga, siempre diré
que soy fiel, que no me he acostado con nadie y prometeré acompañarlos durante
toda la vida, pero sólo lo diré para conseguir alguna relación sexual, después
sufrirán grandes decepciones y querrán matarme, por perro. Y querrán purificar
a la humanidad de alguien como yo, pero ¡Fracasaran cabrones! Nadie puede
contra un dios. Yo dejaré que me maten, sólo después de haber conseguido mis
tres sueños y le daré la dicha a la persona que se haya ganado los méritos, a
aquella que haya sobrevivido a toda la travesía. A aquella persona que descubra
que la única responsable de sus actos – y cambios de ánimo – es ella y nadie
más.
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