viernes, 29 de julio de 2011

Desilusionado

Vivir en una ciudad con un tercio de los 28 millones de peruanos que habitan este país no basta para apreciar la genialidad de la pasión, de la belleza física, intelectual ni siquiera sirve para conseguir la amistad de quienes deberían ser en el mejor de los casos los participes de la pasión y belleza fisica e intelctual y facial de lo impensado.

Sólo una y cuando digo una me refiero a una hora, un encuentro, un intercambio de palabras, un único mensaje y un uno todo; fue la ocación en la que mi consciencia descubrió la perfección de la vida que se resume en un roce angelical de lo que comunmente los ordinarios llaman placer y amor, sin saber un carajo de lo que es lo uno ni lo otro.

Vivir entre tanta gente no es sinónimo de grandes oportunidades, vivir entre tanta gente es sinónimo de decepciones, de grandes decepciones que ya debieron haberme matado de no ser por un rosto que desconozco y que en los peores momentos me reanima las ilusiones dejadas aquella tarde, en las escaleras circulares, donde descubrí la fugacidad de lo perfecto.
Y es un rostro el que probablemente nunca conozca, y es la inocencia la que probablemente nunca me contagie y lo es todo en alguna parte, en algún mundo que no es el mío y como mundo no mío, sólo me reconozco como un bicho en el mundo de las decepciones.

Y es la decepción innata, imborrable. Sólo un rostro que sube y baja en la pantalla, o algún mensaje latente en algún celular donde quizá no exista la presencia del mío, podrían borrarlo todo, sólo eso y nadie más.

O alguna nueva esperanza en aquellas escaleras circulares.

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