"No trates de ser el mejor. No postules a premios. Si te conceden premios, devuélvelos. No aceptes homenajes. Rechaza toda forma de elogio o adulación. Postula sutilmente la teoría de que eres un imbécil y de que, siendo genéticamente tan imbécil, resulta milagroso que sigas vivo" (Jaime Bayly en “Cómo ganar amigos”)Desde hace tres días que estoy dopado, desde hace tres días que el médico decidió recetarme dos ampollas diarias para contrarrestar el estrés que me aqueja desde hace casi un mes. Hoy es el tercer día y ya estoy cansado de la dosis pero me encuentro mejor, despreocupado, con la mente en blanco y relajado. Me encuentro bien, como nunca y como hace mucho tiempo.
Hoy tuve que dar el último de los exámenes, de una serie de exámenes inútiles, en los cuales decidí sacarme veinte y en los que creo que conseguí mi objetivo menos en el primero, ni en el último, el de hoy, porque estuve demasiado despreocupado y decidí no estudiar. Decidí no estudiar y no hacer nada, decidí dormir que es el mayor de mis placeres.
Como el tiempo no perdona, la noche llegó, llegó la hora del examen y yo estaba sin nada en la cabeza y con mucho miedo, con un pánico que no había sentido nunca y que creo jamás sentiré. Tuve miedo, me sentí humano. Decidí no dar el examen y pagar la multa para darlo luego. Lo pensé y lo repensé y trataba de embarrar a algún amigo en dicha actitud cobarde, pero la más inteligente dado las circunstancias; pero nadie decidió acompañarme y decidí que sería el único que se correría del examen.
Aquella noche, peculiar desde mi actitud cobarde, se vio invadida por mis compañeros de clases de un ciclo atrás. Llegaron y se formó una mezcla de gente despistada, de estudiantes de ingeniería que no tenían el ingenio de explicar en qué consistía la fallida copia, que era su proyecto. Estaban allí y yo seguía con miedo y sin ganas de dar el examen.
El ocaso se hacía más pronunciado y la hora del examen llegó. Me corrí del salón y del profesor, pero el buen Juancho decidió empujarme de vuelta y trato de obligarme a dar el examen. Yo me rehusé en todos los idiomas y sin todas las fuerzas. Ya sabemos que Juancho es toneladas de veces más fuerte que yo. Al final él y otros amigos más lograron que entrase al aula. Adentro recibí el examen y firme la hoja de asistencia. Ya no había vuelta atrás.
El cuento para lograr que entrase fue decirme que el examen sería grupal. Yo no conocía exámenes parciales grupales y no debí conocerlos jamás a no ser por el buen Juancho y se lo agradezco.
Revise el examen, revise las cinco preguntas del examen y descubrí que solo podría resolver la primera y que la máxima nota que podría obtener sería un sagrado cinco que indudablemente me sepultaría después del fracaso de nuestro proyecto. Pero ello no ocurrió. El examen resulto siendo grupal. Por primera vez en la vida tuve dos exámenes durante el examen, por primera vez me quedé sin examen durante el examen. Fue un día para no olvidar. Fue un día en el que pude continuar cumpliendo mi promesa de los veinte. Tuve todo el examen resuelto, pero decidí que no sería loable que me sacase veinte. Decidí no resolver una pregunta, decidí colocar como respuesta una frase indicando lo tediosa y aburrida que era la respuesta. Decidí que no me merecía un veinte y no me arrepiento.
A estas alturas de la carrera el plagio es una costumbre común. No teman al momento plagiar, hacerlo no significa no saber, hacerlo es parte del aprendizaje mismo.
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