Aprendí en la secundaria, en las clases de literatura, que la mayoría de personas famosas tienen un pseudónimo. O bien se los asignan los críticos o la prensa, O bien se autodesigna. Yo y mi ego colosal queriendo evitar la primera opción, nos apresuramos en buscar un pseudónimo apropiado. Daba por hecho que era una personalidad famosa o que en un futuro lejano lo sería, lograría al menos una de mis tantas locuras: La de ser presidente de mi tribu.Como preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le ha hecho, me parece indispensable decir quién soy yo. En el fondo sería lícito saberlo ya: pues no he dejado de «dar testimonio» de mí. Más la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera ¡Escuchadme, pues yo soy tal y tal! ¡Sobre todo, no me confundáis con otros! (Friedrich Nietzsche, en Ecce Homo)
Con esas ideas en mi cabeza, que es un pantano de ellas queriendo salir para transformar el mundo, comencé una inconsciente búsqueda que terminó en una lección sobre el teatro en el siglo de oro español: Lope de Vega era el monstro de la naturaleza y entre otras cosas más, era el “Fénix de los ingenios” – era monstro porque según la leyenda su virilidad la marcaba un colosal falo que mataba a cuanta mujer lo probase – estaba cargado de numerosos apelativos que no dudé en robarle uno.
En los dos últimos años de la secundaria de manera discreta y con cierta timidez comencé a proclamarme como el “Filósofo de los Ingenios”, que debería ser el nombre con el que la humanidad me recordaría de generación en generación. Todo era perfecto hasta entonces: el nombre, las ganas y la ilusión, lo único que faltaba era que el mundo lo supiera. Y al mundo, a mi tribu en general, no le interesa saber nada.
La época del colegio, de la adolescencia, cuando todavía no sabemos lo que queremos y si lo sabemos, todo resulta mediocre por la realidad distorsionada que ronda en nuestras cabezas, no por falta de inteligencia sino porque nuestros cuerpos infantiles lo impiden. Fue una época de glorias inmerecidas, donde bastaba mover un dedo para conseguir el poder, que era particular y únicamente obtener el primer puesto en el grado. Fue allí donde comencé a entender sin darme cuenta que no servía de nada ser el mejor, que al final importaba un carajo llenarse de cartones año tras año que dan más trabajo al momento de limpiar la alcoba y al final terminan siendo basura. Fue allí cuando entendí que era más placentero leer algún libro de filosofía y discutir sobre la estupidez humana, que dedicar horas de estudio en temas impartidos por profesores frustrados de los cuales no es posible aprender mucho a no ser por la repugnancia que causaría ser como ellos. Fue allí donde entendí que no debía estar allí y que sería una tarea ardua y prolongada el convertirme en “El Filósofo de los Ingenios”.
Luego comenzaron los años de la universidad: me regalaron una beca que la obtuve yo como la pudo haber obtenido cualquier otro troglodita o esperpento, no siendo yo uno de ellos, claro está; y comencé a estudiar una carrera que elegí por descarte. Aún tenía las ganas de postular a una universidad tribal donde la mayoría de mis coetáneos se encontraban, pero las ganas de desvanecían cuando observaba los libros inmensos, tremendos mamotretos, y el contenido vomitable que en ninguna medida me ayudaría a convertirme en lo que quería llegar a ser.
“El estudio es bueno para conseguir el éxito”, ¡Los Cojones! Hay gente que estudia más que yo y que todos los que conozco y siguen siendo personalidades liliputienses. Todo se vuelve inservible, inútil cuando recuerdo que lo único que a mí me interesa es la inmortalidad y no eso no me lo enseñan en la universidad. Sólo se aprenden estudiando lo que no se enseña en ninguna parte.
Las clases – en la universidad – se desarrollaban entre trabajos que debían ser enfocados a solucionar algún problema social o empresarial – trabajos que no desarrollaba, porque no me interesa en grado alguno ingeniar cosas para otra persona que no sea yo – y la insistencia de los docentes en que usemos un “Lenguaje Ingenieril” ¡Tamaña Cojudez! ¿Para qué aburrirnos con esas tonterías si se puede hablar sobre la mierda y otras cosas más, que es lo que más deleita a las muchedumbres y nos permiten alcanzar la gloria?
La salvación a todo este martirio: a tanta caca, a tantos ingenieros de universidades tribales (Disculpen la redundancia) fue la clase de Filosofía, impartida por uno de los mejores profesores de la universidad, uno de los más jodidos al que todos los que ostentan “El lenguaje Ingenieril” le huyen, quizá porque lo único que saben – si acaso saben algo – es escupir palabras que no entienden y robar ideas de otros para azarosamente encontrar soluciones, insertarse en el mercado laboral y convertirse en esclavos; o en el mejor de los casos para proclamarse emprendedores que “nacen desde abajo”, ¡gran cáncer de nuestra época! En definitiva yo no soy un emprendedor, no me interesa serlo, no quiero estar a la altura de ese tipo de gente que causa repugnancia, yo solo quiero ser un haragán, un escritor haragán: Con el cuento del personaje emprendedor se pelan a todos los incautos ¡Despertar! , los llenan de ilusiones falsas hasta convertirlos en seres que hacen alarde de cierto éxito, que tratan de impartir cierta erudición y se convierten en modelo de vida para el resto de putos tristes que venden su felicidad a cambio de ignorancia y de servidumbre para nosotros los que decidimos ser haraganes. ¡Quieren convertirse en burros de carga!
Como ocurre con todo lo que me agrada y sé que disfrutaré, la primera clase de filosofía la marco un cero, un puto cero directo al registro que me impidió obtener un 20 final. Me había quedado dormido, como en todas las clases desde el momento que comencé la universidad, mientras el profesor explicaba sobre la visión ontológica del ser, tema que no pude explicar al momento de la interrogación. Pero aquella fue la primera clase y no la mejor de todas. La clase siguiente y todas las demás fueron escenarios de debates, grandes debates donde casi la mitad del aula se olvidada de la ingeniería y se entretenía discutiendo sobre la felicidad, la muerte y otras cosas, donde era yo quien terminaba ganando los debates ajustados, y donde nadie disimulaba su preferencia por mí y mis victorias. La mitad del salón descubrió el fango en el que encontraba metido y se cambió de carrera, menos yo, y era yo el primero que debió hacerlo. Pero tampoco entre esos días estuvo la mejor de las clases.
El coordinador de formación general, nuestro profesor de filosofía, llevó a unos alumnos de turismo a nuestra clase para suplir la ausencia de un docente. Ingresó a nuestra aula una muchedumbre, se acomodaron, mis compañeros estuvieron felices por las chicas con las que podrían fornicar que era toda la muchedumbre menos uno. Yo pude distinguir tres grupos: Un grupos de enanas locas que pedía a gritos, como una puta pediría una verga, el break – por cierto había pasado quince minutos desde el comienzo de la clase – y charlaban en tono jacarandoso sobre el viaje del día siguiente. Otro grupo de chicas un poco más altas, pero no menos escandalosas que se apiñaban al lado de una voleibolista de la selección de menores, alabándola como si fuese una diosa. Y el último grupo, un grupo de chicas altas, más hermosas, más calladas pero no menos locas que rodeaban al único varón de la clase de turismo, queriendo devorarlo, pidiéndole una gran orgía.
Fue complicado tratar de contener a esa gente en la clase. Se invitó a leer al grupo de las enanas locas pero no pudieron leer ni una sola línea, se le invito a reflexionar al grupo de la voleibolista y escupieron un montón de palabras al mismo tiempo, que impedía entenderlas. Finalmente hastiados todos de tanta porquería, decidimos comenzar los debates rutinarios.
La separata tenía cerca de 50 hojas que hablaban sobre la verdad y nosotros teníamos quince minutos para entenderlas y dar una explicación crítica de las posiciones. Contra todo lógico el primer voluntario para explicar el tema fue el pata de turismo, que sentía la humillación y quería salvar el honor de su clase. Su explicación fue magistral, fue convincente, fue excitante y aquello le mereció un casi insuperable 19. Tuve miedo.
El aula, mis compañeros, agudizaron su mirada hacia mí. Nadie estaba dispuesto a quedar debajo de esos intrusos que ni siquiera saben leer, que solo saben putear y viajar, que al final viene a ser lo mismo. El profesor pedía la intervención del representante de sistemas y nadie se atrevía a levantar la mano porque sabían que estaban condenados al fracaso. Las miradas me acosaban cada vez más y temblando y para defender mi honor y el de mis compañeros – por primera y única vez creí que debía defender a la clase de ingeniería de sistemas de la cual era parte y a la cual repugnaba – levanté mi brazo y empecé un discurso vitriólico, donde no sabía que rayos hablaba pero hablaba, cada vez más, oponiéndome a mi contrincante y fundamentado lo que no había leído, fundamentando los títulos de la separata y quizá con el recuerdo de todo lo leído desde la infancia filosófica. Fue el mejor de los días, uno de los mejores discursos, fue el día que mis compañeros me amaron por defenderlos de esa muchedumbre de putas, fue el día que decidieron otorgarme un pseudónimo como reconocimiento, me empezaron a llamar “Loco” como signo de respeto y admiración, y yo lo acepte como gran trofeo.
Es todo lo que he conseguido hasta ahora, un simple “Loco”, y me causa indignación cuando un grupo de esperpentos, de personalidades malhechas llaman loco a cualquier espasmo de la raza humana. Me indigna ver como prostituyen mi trofeo. Por eso es ahora cuando debo trabajar más duro para continuar con la ambición de convertirme en el “Filósofo de los Ingenios”, uno de mis grandes sueños, de los más difíciles ya que por desgracia y por fortuna he nacido en esta tribu.
Interesante, en ocaciones solo hay uno quien suele salvar la clase, simbolo de competitividad, si te das cuenta no siempre eres haragan!!!! otro relativismo jejeje y honestamente en algun momento de nuestras vidas se termina siendo burro de carga, por lo que se estabas trabajando y me imagino que cumplias un rol claro que no siempre se suele ser burro de carga, otro relativismo mas, sigue escribiendo y lucha por tus sueños pero no te olvides que todos merecen respeto asi sea la mas minima entidad viviente ya que hasta de la roca se aprende algo. saludos
ResponderEliminarGracias por leerme y por el comentario. Me halaga tener un comentario tuyo en el blog. Ademas nadie comenta solo me dicen "Esta bonito", pero no pido mas tambien me conformo con eso.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de respeto tienes toda la razón y lo sé pero a veces es bueno experimentar, recuerda que lo escrito no es la realidad sino una ficción.
Las palabras atropelladas me las han criticado varios amigos también, pero las coloque por cuestión de estética.Mejoraré
Un abrazo amigo. Hasta pronto
El texto es simplemente excitante. La verdad no encuentro otro adjetivo mas cercano. Como comprenderás no lo digo porque tenga algun contenido erotico, (no creo que alguien con dos dedos de frente pueda creer eso)sino lo digo porque es atrapante, rico y entusiasma leerlo.
ResponderEliminarCreo que al fin y al cabo, uno de los placeres mas anhelados de una bloguero o escritor es que tu post genere emotividad (al menos es el resultado mas comercial), aunque claro que tambien es valedero escontrar resultados positivos desde lo literario y reflexivo, que deberia ser lo que mas importe.
Me gusta mucho tu blog y me gustaria seguir leyendote