jueves, 17 de febrero de 2011

Sobre los Amigos

Si se quiere tener un amigo, hay que querer también hacer la guerra  por él; y para  hacer la guerra hay que poder ser un gran enemigo.
Es preciso honrar en el amigo al enemigo .  (“Así Hablaba Zaratustra”, Friedrich Nietzsche)


Tengo un mundo y 10 amigos y el mundo es también una persona. Es probable que en esta cuenta olvide a algunos de los amigos que acompañaron mi vida a través mi solitaria infancia, mi caótica y extravagante adolescencia y a muchos de los que conocen mi desabrida y por desabrida siempre ahuyentadora juventud.  Y es que la amistad es una de las costumbres humanas que más trabajo me cuesta dominar.
Comencé  el descubrimiento de la amistad a los seis años, en la primaria, con un compañero con el que pasábamos las clases jugando peleas imaginarias donde cada uno era un poderoso caballero del zodiaco siempre fuerte e inmortal, renuente a permitir una derrota. Disfrutaba aquellos momentos porque quizá mi existencia acababa de descubrir una de sus grandes pasiones: La de imaginar, para convertir la realidad ridícula y aburrida  en la realidad épica en la que le hubiese agradado nacer.
Antes de ello mi vida, aún incapaz de manejar el libre albedrío, probablemente trascurrió entre la inercia instintiva que provocaba la vida normal de un niño y las charlas solitarias con héroes y personajes míticos en sus luchas, donde era yo quien decidía los triunfos y las derrotas  como los dioses en el Olimpo, jugando a la Guerra de Troya.
A partir de ese descubrimiento logre tener un amigo.  Siempre uno y sin importar quién era, siempre era un cómplice haciendo realidad mis fantasías y metiéndose en líos supremos al provocar pequeñas revueltas escolares que terminaban en la oficina de la dirección, o convirtiendo juegos ordinarios en grandes campos de batalla donde nadie estaba dispuesto a perder por lo que terminábamos  discutiendo y acabando nuestra amistad en ese día, para comenzar de nuevo al día siguiente. Y así se construyeron historias inimaginadas con diversos amigos pero siempre era uno en un momento.

 Los años en  mi niñez, cuando mi amigo estaba ausente, fueron solitarios y completaba esa falencia con historias de héroes luchando por algún sueño  o convirtiendo a las aves en seres mitológicos que me permitían llegar a un paraíso donde se podía sentir el poder y la gloria que siempre resultaba ser una fruta o un helado; o los animales de corral, en monstruos contra quienes luchaba y siempre derrotaba después de sacrificar mi vida para convertirme en  mártir, uno de los grandes anhelos de  infancia.
De ese modo me acostumbre a compartir mi vida con un amigo. Tuve varios amigos, no recuerdo cuantos fueron y no creo que ellos me recuerden. Lo más fresco en mi memoria son dos: Un amigo de ánimo desabrido, que fue uno de los mejores que he tenido y, un amigo con cara de alcohólico y algo cojudo, que fue el último de mis amigos íntimos y cuya amistad aún conservo a pesar de la distancia.  Si trato de buscar alguna semejanza entre mis dos últimos amigos, me pasaría toda una vida a no ser porque ambos fornicaron con nuestra amiga, la de los dibujos.
La amistad con ambos fue diferente: Cada idea, cada rabieta o locura era tolerada por ese gran amigo, el de ánimo desabrido, después de él no he conocido a otra persona que tenga ese ánimo indomable de amistad que superviva a los altibajos que supone estar a mi lado. A nadie que se haya impuesto voluntariamente la tarea de alargar mis pies hasta hacerme tocar el suelo.
El final de nuestra amistad y de los amigos íntimos supuso, que me convierta en un ser incompleto que quizá desde aquel momento vive en el cielo y es incapaz de materializar las ideas transformadoras que deben llevar a la humanidad a la gloria de la civilización. Ese amigo quizá ha muerto y no lo sé, quizá es uno más en esta tribu de zombis y no lo sé, quizá solo grita ¡Sexo! Pensando en una vagina dibujada y no lo sé, pero eso ya no importa.
 Con mi último amigo – de los íntimos – tuve una amistad extraña: Comenzó con un pequeño lío que originó cierto recelo que día a día ambos alimentando tratando de mostrar que uno era superior al otro y así transcurrieron nuestros años de amistad. Fue un estilo de vida y una gran ayuda para nuestro desarrollo individual. Después de él, todo acabó: Comenzaron los años de universitario donde me fue imposible conseguir algún amigo como los pasados y es que en la universidad a la gente le agrada estar en grupo y yo no estoy preparado para tolerar más que a una persona.
Sin  duda el mundo y los 10 amigos son parte del presente. Son pocos pero me agrada que sea así, puedo tenerlos a todos en mente. No podría tener más amigos, sería demasiado para mi condición de retardado emocional. Pero sé que mis amigos lo saben y por eso  lo son. Son las personas que siempre están conmigo – no físicamente, yo no se los permito – pero a pesar de mis cambios emocionales son fieles a nuestra amistad.
Gracias a quienes me brindan su amistad y no los veo. Saludos a quienes brindo mi amistad y no ven. Porque  en definitiva nuestro mundo es uno de los más contradictorios y ridículos que hay, por que conseguir algún mérito en el, supone horas de trabajo duro y de mucha tenacidad, y yo no estoy preparado para ello; y porque el mundo sin mí es solo un cúmulo de personalidad aturdidas por el trabajo, el placer y la estupidez. 

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