La Gioconda |
Llevaba las mismas zapatillas de hace cuatro meses. Un polo verde con rayas blancas, un polo manga larga – ambos polos eran una polera – y una casaca con capucha que hacían suponer un clima invernal a pesar del sol radiante que iluminaba los pasadizos de la universidad. El ambiente estaba teñido con letras y logos azules y rojos que etiquetaban las antiguas edificaciones y también las nuevas hechas de cartón en un afán de angurria, y él transitaba por el pasadizo que conducía al baño. Yo regresaba del baño, por el mismo pasadizo, camino al cafetín para comprar algún alimento que saciase mi hambre y en busca de algún caramelo que ayude a olvidar el aburrimiento de la clase. No era novedad que la clase sea aburrida, lo novedoso era encontrar a la Gioconda, encontrarla yendo al mismo baño del que yo salía, por el mismo pasadizo, a pesar de las docenas que hay. La universidad ahora es más amplia y las probabilidades de encontrarse con conocidos debía ser nula o casi nula, pero este es otro de los enigmas del mundo.
Era la segunda vez que lo veía en ese día. Se encontraba desconcentrado, decepcionado, como buscando algo que no encontraba y que nunca encontrará, me saludó como quien no quiere la cosa y yo traté de no verlo, traté de evadir la mirada para que su imagen no quede revoloteando en mi cabeza. No pude evitarlo, vi su rostro maduro, ya no el rostro de aquel niño morboso y con mirada perdida del que quedé prendado hace algunos años. Ya no era el mismo, ya no tenía la inocencia y ganas de jugar a ser femenino; lo atractivo de su niñez y lo excitante de sus palabras sin pensamiento habían sido reemplazadas por lo aburrido y ridículo de la vida de todo adolescente tratando de seguir el estereotipo de hombre que impone la sociedad. Continuó caminando y desapareció por algún lado. Como de costumbre y sin inmutarme vi a Alma Rossi que me brindo su amistad incondicional – como siempre, su amistad es como el destino de las cucarachas: tiene la capacidad de supervivir a cualquier catástrofe, se lo agradezco – y me acompañó a comer y nuevamente al baño.La Gioconda fue una de las pocas personas que conocí los primeros de días en la universidad, me llamó la atención su silueta y el potencial que tenía para destrozar este mundo y construir otro. Era el más joven de toda la clase y jugaba a ser homosexual con una capacidad envidiable que le permitía hacer escarnio de sí. Era el prototipo perfecto de un futuro genio, el tono de su voz sonaba en mi cabeza como el “Alegro Maestoso” de Mozart y me brindaba un profundo encanto seguido de cierto placer intelectual – no sexual – que me permitía dar un respiro más y terminar con aquel día y la serie de días torturadores por el recuerdo de la gran catástrofe. Nunca tuve la posibilidad de llevar un curso con él en dicho ciclo ni en el siguiente, por lo que meticulosamente preguntaba a sus amigos y trataba de rondar lugares cercanos a su aula como un cojudo despistado sintiendo cosas inexplicables y con el único fin de oír alguna palabra y sentir la sensación que dejaba su mano después del saludo.
Cuando desapareció se notaba más arisco que horas antes. La ilusión que causa el primer día de clases me invadía y me desaparecía de la realidad. Esperaba fuera del salón sin saber porque, saludaba a ciertos desconocidos del ciclo pasado sin saber porque y sin ganas de saludar, solo por cuestiones de protocolo y ellos me saludaban como quien saluda a un bicho raro, para cumplir con la vocación peruana de saludar y curiosear todo lo extraño, siendo los extraños aquellos que dicen lo que piensan sin tener en cuenta el límite – que impone la sociedad – entre lo que se considera adecuado e inadecuado: lo adecuado es disfrazar las palabras con un cinismo humalista y lo inadecuado, decir la verdad. No tenía ganas de platicar con nadie, no había ido a la universidad para ver a nadie, ni para aprender nada, había ido porque tenía que ir, porque quería observar, hablar tonterías, para hablar sobre mí y observar reacciones; luego burlar la realidad con los juegos de palabras que se le ocurren a mi perturbada mente. Pero una voz, la voz de hace dos años que ya había desaparecido, que creí muerta, me habló y el sonido angelical se confundía con los rebuznos de cuanto individuo cruzaba por el pasillo. Lo reconocí, me dio la mano y me permitió sentir el placer y la gloria de su dios mormón. Traté de ignorarlo, de minimizar su presencia. En realidad no me interesaba en grado alguno sentirlo, su imagen fue volátil en ese instante. Pero el segundo encuentro, en el retorno del baño, me dejó su mirada en el consciente y la sensación de buscar al niño de antaño en aquel cuerpo un poco más maduro y sexual.
Sólo tres ciclos después del día que lo conocí coincidimos en la clase de estadística – está por demás decir que era una clase aburrida donde se enseña en cuatro meses lo que se puede aprender en una semana – y no tuve la capacidad, ni la voluntad de hablarle sobre lo que causaba su humanidad. Observaba su presencia, me deleitaba con sus movimientos y disfrutaba el placer de las despedidas. Acariciaba aquellas manos de adulto incrustadas en cuerpo de niño y todo terminaba en la nada, en el vacío de la soledad, en mi vida cotidiana. Un ciclo más tarde llevamos un curso y formamos grupo de trabajo. Habíamos platicado antes de muchas cosas, desde el día que me propuso un proyecto al que no le tome importancia hasta los días que librábamos pequeñas discusiones improductivas sobre temas ontológicos, improductivas por el antagonismo de nuestras cosmovisiones. Fue en aquel ciclo cuando decidí declarar mis sentimientos, era la primera vez que lo hacía y la última vez que lo haré, los métodos encontrábanse alborotados en mi cerebro y como era previsible elegí el peor: Utilice el e-mail sin obtener respuesta, huí del encuentro y de la pregunta presencial y todo terminó el día que me ofreció hermandad y me entregó su enemistad.
En clases la silueta de la Gioconda desapreció, me centre en la lección y en hacer comentarios a mi estilo. El profesor era bastante inteligente y en el mismo grado era cojudo al hablar, ¿De qué le sirve saber mucho, si sus palabras cuentan con alto poder ansiolítico?
• Yo no quiero escucharlo a él sino a PPK – Le indiqué a un compañero del costado procurando que el profesor escuche, lo logré y fui feliz.
PPK estaba por dar un discurso fuera y yo estaba aburrido en la clase y por una razón inexplicable, nuevamente con la Gioconda en mi cabeza. Sin embargo el ambiente no era pésimo, no lo fue hasta la salida.
Con el dolor que supone tratar de olvidar a alguien, viví cuatro largos meses, con un tumor en la cabeza que se volvía maligno y trataba de matarme cada vez que recordaba el rechazo de aquella personalidad canibalesca. Viví los cuatro meses y logré desterrar al caníbal en que se había convertido la Gioconda al final de ciclo pasado. Su imagen de conquistador y su empeño en transformarse en zombi me hizo pensar que el genio ya había muerto. Lo caníbal respondía a lo caníbal.
El genio aún no ha muerto, lo vi en sus ojos – al momento de la salida – inflamados por la pasión de quien quiere hacer algo, por la pasión de quien quiere cambiar el mundo, inflamados por ese ímpetu que sentí hacia algunos años. Esa voluntad atropellada y disfrazada de querer hacer algo me hizo recordarlo vivo y reanimó ya no la belleza del niño sino la belleza de un adolescente que se vuelve joven, me hizo descubrir que sólo existe una persona en el mundo capaz de ayudarme a vivir la vida normal de cualquiera a mi edad y me hizo pensar que en el mejor de los casos la Gioconda sería un gran amigo y amante: Como amigo podría luchar junto a mí las batallas épicas para salvar al mundo, podríamos dejar de hablar de política y comenzar a hacer política y podría ser el nexo entre mi ego e idealismo con la realidad terrícola; como amante sería la persona ideal para disfrutar las victorias y redescubrir las glorias. Pero ese es el mejor de los casos y como ya sabemos el mejor de los casos no es mi caso, de modo que seguiré siendo ese bicho raro a quien un cúmulo de desconocidos saludaron en la mañana como curioseando. Un bicho autoritario, en la cabeza de la Gioconda, que no entiende y no quiere entender que si hay persona en el mundo que respeta a los humanos y trabaja para ayudar a la humanidad – a los peruanos en particular – en el camino a la civilización: ese soy yo. La Gioconda me lanza palabras sexuales que aún recuerdo y es preciso que no olvide, pero el mejor de los casos no es el mío, yo no sé conquistar a nadie – ni responder a una conquista – y no me interesa aprender a hacerlo, solo sé decir lo que pienso en el peor modo posible, siempre seré así y no quiero que sea de otro modo.
“Me llaman homosexual en el armario. Me llaman bisexual promiscuo. Me llaman heterosexual que posa de bisexual para ganar dinero. Probablemente soy todas esas cosas y ninguna de ellas. La verdad es que no sé bien lo que soy en el territorio pantanoso e impredecible del deseo. En todo caso, el asunto me parece de una importancia menor, baladí. Las preferencias sexuales no definen la esencia de una persona.” (Jaime Bayly en “Dicen que estoy loco”)
Jugar con la sexualidad del personaje de tu texto resulta bastante entretenido. Me gusta el espiritu de querer a la persona desde abajo. Paraciera que lo prefieres altivo, divino. No es cosa sencilla, y salio muy bien
ResponderEliminarGracias por leerme. Quizá no haya nadie que logre conquistar mi espíritu ególatra. Escribí esta entrada con ánimo de desaparecer de mi mente y poner en el papel a una persona que no existe y que es la única que podría ayudarme a conocer este mundo, al que yo me rehúso a pertenecer. Divino y altivo, no puede ser de otro modo.
ResponderEliminaruhm bueno no leo algo facilmente, y peor cuando se tratan de cosas asi porque me aburro facilmente jajaja, disculpa si te ofendo con mis palabras pero me gusta tambienb decir lo que pienso y ps claro que no me guste mentir, bueno sabes tienes buena imaginacion creo que para escribir algo o crear se necesita mucha imaginacion a mi me encanta la musica y pues tambien trato de componerlas, eres un buen escritor y me alegra tener un amigo asi, Dios te bendiga espero verte pronto, algun dia acompañarme a la iglesia (me diste tu palabra) jajaja cuidate bendiciones.
ResponderEliminarGracias por leerme. No sé si te gusto "La Gioconda" pero me halaga que me consideres tu amigo y un buen escritor. No sabía que componías canciones, espero escuchar o leer alguna de las que hayas escrito, para mostrar mi desacuerdo con tu estilo. XD Es broma. Te acompañaré a la iglesia para conocer al Dios que aún te ayuda con la pierna. Un abrazo amigo
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