Ya había salido de la selva oscura en la que me encontraba y estaba sentado al lado de un individuo de tez clara, con cuerpo atlético, bastante agradable a la vista y en ese estado me preguntaba que hacía una persona bastante hermosa, que en otras épocas debió ser una divinidad y en la actual una estrella envidiada y deseada por muchos, manejando un taxi. Mi mente – aún la de un troglodita sexual – pensaba y trataba de encontrar una explicación coherente, si acaso la había. El auto continuaba avanzando cada vez más rápido, la carretera se encontraba vacía y el conductor parecía disfrutar de la velocidad.
El aire corría por una parte de mi cuerpo dándome una sensación de libertad extrema, todo estaba predispuesto, era un ambiente bastante grato para pensar en lo incoherente y en el modo de conquistar a un taxista que parecía vivir un gran orgasmo manejando aquel auto.
Mientras pensaba observe sus manos, las vi, eran bastante grandes y fornidas y me apresure en buscar el dedo pulgar. Es el dedo pulgar de un hombre el que determina mi aprobación o desaprobación. Es un dedo bastante maravilloso que en la mayoría de ocasiones me basta para tener un orgasmo con su portador y en otras muchas me sirve para rechazar a un hombre por más hermoso que sea el resto de su cuerpo. Encontré el dedo, me agrado, tenía una forma de las que más me excitan. Era grande, se notaba bastante fuerte y bien cuidado. Me excite un poco más y pensaba aún en el modo de seducirlo.
- Son vacías estas calles, me dijo rompiendo el silencio.
- Sí, son bastante agradables, contesté un poco tembloroso, no son frecuentes tus viajes por este lugar – continué
- Viajo por donde hayan carreras.
No sabía qué hacer, ni que decir y me sentía impotente.
- Después de este viaje ¿Irás a dormir? – pregunté
- No dormiré hasta mañana – me respondió algo intrigado
Sólo en ese momento notó que lo observaba en un tono lujurioso. Y yo pensé que todo se encontraba perdido pero me equivoqué. Antes de notar que me había equivocado me reprendía por ser un pésimo seductor, definitivamente yo no he nacido para conquistar a nadie, soy tan malo para aquello como lo es mi tribu para respetar las libertades individuales de sus habitantes.
- ¿Te gusto? – dijo en un tono irónico que me sorprendió
No respondí, solo asentí y él sonrió.
- Muchas flacas desearían estar contigo – me increpó
No respondí, me encontraba perdido. Se suponía que debía seducirlo y era él quien había tomado y control y ahora me hablaba de mujeres. El auto se detuvo de una manera lenta, estábamos a unas cuadras de mi casa.
- Tío eres bastante tierno – me dijo
- Y tu un tío bastante maduro y atractivo – dije sonriendo un poco, y pensando en la palabra “Tío” que nunca había usado para referirme a alguien.
El me abrazó, yo me dejé llevar. Sentía como sus manos amplias me sujetaban y me acercaban a su cuerpo angelical. Me sentía bien, y todo parecía un sueño.
Este mundo de las relaciones humanas es para mí de los más fortuitos e irracionales. Nunca sé que pasará y cuando pienso que ocurrirá algo en un pestañeo ocurre otra cosa. De modo que no es preciso pensar en el futuro cercano, al menos no para mí, pues mi retardo emocional me impide predecir lo cercano.
- En el ejército he tenido un roce con un pata y eso me trae recuerdos – yo asentía – luego ambos nos casamos y todo acabó, continuó.
- Esa debe ser una buena historia – le dije
- Son momentos locos, esa vaina siempre pasa por mi cabeza.
Lo invité a mi casa con motivo de charla. El aceptó con el compromiso de ser solo “patas”, me sentía raro con las palabras pero eso no importaba. Detuvo el auto al lado de la reja. Abrí la puerta, cruzamos el jardín y abrí cuidadosamente la puerta de la casa para evitar despertar a mi madre. En otras ocasiones – en mi hogar natal – el ingresar desapercibido hubiese sido imposible porque aún vivía uno de mis grandes amigos de infancia: Josecito Juicio, un chisco que se encargaba de despertar a todo el mundo con sus jacarandosos silbidos cuando alguien ingresaba por la sala en cuyo fondo estaba el pasadizo que conducía a todas las habitaciones. Era un gran amigo y mejor que un perro que en muchas – por no decir en todas – denunció el que me tío llevase mujeres raras a la casa y que yo llegase más de las tres de la madrugada después de mis largas charlas con algunos de los amigos bastante mayores, era entonces mi etapa de descubrimiento de la filosofía y el de la sexualidad para un humano promedio a mi edad.
Nadie notó mi llegada. Cogí una botella de Johnny Walker que se encontraba por la mitad, un recipiente con hielo y dos copas. Subimos a mi habitación sigilosamente. El parecía no disfrutar el momento, no le agradaba esa entrada delincuencial y me lo dijo. Yo le aseguré que mi madre se molestaría en grado sumo si la despiertan de su sueño celestial.
Llegamos a mi habitación. Leí el letrero para asegurarme que era mi habitación, decía: “Filósofo de los Ingenios”, después de leer aquello abrí la puerta y paso detrás de mío. Le concedí mi cama con las mirada y el eligió el sofá. Estaba pensando entre prender la tele o la Lap Top.
Me halago por la belleza de mi habitación, encendí la tele y le otorgué el control para hiciera y deshiciera con ella. Pronto me senté en mueble que él ocupaba y…
No se inmutó cuando coloqué mi cabeza sobre su hombro, habíamos conversado cerca de una hora sobre cosas de guerras y sexualidad y mujeres y casi nada de lo que quería escuchar. Sentí sus ganas de terminar nuestra plática cuando mencionó su compromiso con el taxi. Le serví una de las últimas copas de whisky y me recosté nuevamente sobre él, se apoyó sobre la silla y exhaló como un modo de liberación. Acarició mi cabello y yo hice lo mismo con su vientre.
- Debo irme – dijo de un modo atropellado
- ¿Cuánto ganas en noches como estas? – pregunté
- Unos setenta mangos
- Te lo pago – respondí – es un trato justo.
- Tengo una familia, no puedo cometer una locura. Debo irme
Me tiré al sillón resignado. Se sirvió todo lo que quedaba del whisky. Parecía impotente. Yo lo observaba como si fuese una divinidad que pronto se iría a Dios sabe dónde. Se sentó a mi lado y exhaló nuevamente. Extendió los brazos y luego prendió un cigarro.
- Me jodes la vida tío – me dijo
Nuevamente asentí. Pensé en el triste final de ese día. El volvió a exhalar como liberándose de algo. Cogió mi cabeza de manera brusca y me dio un beso. Y en el mismo estado tomó mi mano y la colocó en su entrepierna. Volvió a exhalar. Me dio a probar de su cigarro.
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